ACERCA DEL PROFESORADO DE RELIGIÓN

La religiosidad de los profesores de religión, de las personas y de los pueblos no es un ente estático, ni a priori, ni prejuiciada. No es tampoco una consecuencia de algo que se solidifica con el devenir del tiempo por repetición ni tampoco un cúmulo de ritos o costumbres que se viven como experiencia religiosa propia de un tramo de edad concreto, o de ciertas exigencias impuestas desde el ámbito familiar, social o político. Tampoco la religiosidad a la que me refiero es la de la cultura popular, la de los showman televisivos, la de ciertos folklores de localidades, la de festejos amenizados con pasacalles, músicas, procesiones, carretas, lloros y lágrimas. Ni tampoco es solamente las construcciones de alguna cultura teológica dominante, dogmática, moral, bíblica o litúrgica.

 

La religiosidad del profesorado de religión va más allá de estas concreciones. Tiene, debe tener, unos elementos que hagan la función de perfiles ensamblados en el contexto global del desarrollo de la propia personalidad individual, y al servicio directo del proceso continuo de la madurez y de la estabilidad de cualquier persona.

 

En este sentido, hay que aceptar la vivencia de la religiosidad de estos docentes, sea cual sea su signo. Sea cual sea la docencia de religión que se imparta, como protestantes, musulmanes, católicos o cualquier otra confesión religiosa que tiene autorizada, desde las instancias educativas, la enseñanza de la religión según demanda y oferta del Centro. Y esto no debe entenderse sólo desde las ideologías, escuelas teológicas, teorías o sistemas culturales. La incorporación de la religión en la vida de las personas y en la enseñanza debe presuponer siempre el respeto y la aceptación como elemento dinámico de cualquier comportamiento humano, y como vivencia que corresponde con esta exigencia.

 

Por todo ello, se hace necesario aportar, o resaltar a la vivencia de la religiosidad del profesorado de religión, ciertos elementos o aspectos ineludibles que han de tenerse presente en el desempeño de su función.

 

Entendemos que la experiencia religiosa afecta a la dinámica evolutiva de cualquier ser humano en sus procesos cognitivos, afectivos, sociales e individuales. Cada uno de nosotros somos el resultado de varias integraciones, donde los ambientes que nos han afectado no han determinado nuestro ser personal pero sí han modelado nuestra existencia. De ahí que vivir en clave de religiosidad, y morir en esta misma clave sea también el resultado equilibrado de ajustes y reajustes que de manera sucesiva han acontecido en el guión de vida de cualquier persona, en este caso, del profesor de religión.

 

Otro elemento a tener en cuenta en la vivencia de la religiosidad del profesor de religión es el emocional, o el sentimental para que nos entendamos. Cualquier comportamiento humano está mediado y condicionado por este elemento, y en el comportamiento religioso el aspecto emocional es conexión necesaria y simbólica entre el mundo exterior y la intimidad personal, entre lo endógeno espiritual y trascendente y lo exógeno material e inmanente. El peligro de esta afirmación es convertir una religiosidad infantil o sensiblera en adultez religiosa porque se convierte la pretendida religiosidad en sentimentalismo barato, en puro animismo o en pura mentalidad mágica donde caben la superstición y la idolatría como aspectos de fenomenología religiosa. Cuando Rof Carballo habla de la construcción de la individualidad humana en nuestro proceso de desarrollo evolutivo, subraya el peso de la urdimbre constitucional, la urdimbre de orden y la urdimbre de identidad, las tres con un condicionamiento común imprescindible: la inclusión del amor, y del amor-ternura. Una religión, o una religiosidad sin este elemento emocional del amor-ternura, no puede incorporarse a las estructuras de base del comportamiento humano, y por tanto, no podría aceptarse que un profesor de religión estuviera carente de este aspecto como educador de personas.

 

Otra vertiente muy importante es la vida intelectual como tronco que vertebra los contenidos y los programas de las clases de religión. Como criterio, podríamos apuntar que ha de girar en torno a varios diálogos:

  • Diálogo fe y cultura, como búsqueda y actitud permanente que reinterpreta las expresiones de las creencias a la luz de los valores que emergen de la cultura actual.
  • Diálogo fe y ciencia, como confrontación y encuentro de las ciencias experimentales y las verdades de fe que se refieren al hombre y su vida, en un diálogo abierto, crítico y respetuoso con otros campos del saber.
  • Diálogo fe y vida, con la asunción de los riesgos que conlleva su equiparación y su separación.

El resultado de estos contenidos ofertados en una clase de religión enriquecen la pretensión de integración entre religión y cultura, respondiendo, por qué no, al hambre de acoplamiento de la experiencia y la vivencia religiosa de muchas personas en medio de la sociedad. Ser capaz de diálogo con personas indiferentes, agnósticos, ateos e increyentes será parte de este elemento de vida intelectual que puede, y debe exponer las razones de sus creencias.

 

Por ello, el profesor de religión tendrá que estar muy atento de no dar un sentido paralelo, ni una asignación diferencial a sus clases en el sentido de estar dando una catequesis en lugar de una clase de religión. Se trata de educar a este alumno concreto y a esta alumna concreta, no de adoctrinar a este alumno y a esta alumna, y en este proceso de educación ofertar la religión como elemento cultural y de fenomenología religiosa. Digo alumno y alumna concretos, porque cada persona tiene unas características individuales y sociales diferentes, así como problemas evolutivos y conflictos también diferentes, y es o puede ser el profesor de religión un punto de encuentro de ésas formas de vivencia personalizadas y diferenciadas. De ahí, que en ocasiones las clases de religión no deban hacerse desde esquemas teológicos ni desde reducciones de las materias de las facultades de teología, sino desde las necesidades psico-religiosas previsibles en los alumnos de la oferta, a quienes pretendemos educar desde criterios religiosos, morales y culturales.

 

Bernard Häring definió la persona como resultado de la conciencia de sí y del otro, como una existencia que se enriquece a sí misma pero también se enriquece de la presencia del otro como aceptación. Este proceso de concienciación y de aceptación de lo diferencial será el último elemento que tendrá en cuenta el profesor de religión. Su actividad ha de encaminarse a la consecución de la autonomía personal del alumnado y a la opción libre de la vivencia de la religión, y nunca hacia la posible derivación de formas de comportamiento religioso impregnados de automatismos o de meras imposiciones conductuales.

 

La educación en la individualidad es el contexto global hacia el que hemos apuntado y defendido desde el principio. La educación del sentido crítico es condición imprescindible para la educación en la libertad y la responsabilidad. En la clase de religión, no se trata de aprender dócilmente el patrimonio del pasado, sino de aprender a escoger críticamente y a justificar las propias opciones de cara a la construcción de una sociedad diferente. Los ordenamientos ideológicos, y los antropocentrismos exclusivos no han de potenciar ni incentivar el carácter del profesor de religión, pues deja de crear el espacio motivacional y de encuentro que ha de abundar en sus clases. Su identidad ha de ser una estructura abierta, con capacidad de crecimiento continuo que promueba, apoye y encarne los elementos que he mencionado, asegurando con ello la plenitud de madurez de sus alumnos y su individualidad religiosa.

 

BIBLIOGRAFÍA:

 

OTTO, Rudolf, Lo santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios. Alianza editorial, Madrid 2001.

 

SANTIDRIÁN, P.,  Häring, Bernhard (1912-1998), en: Diccionario breve

de pensadores cristianos, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 1991.

 

ANTHROPOS. Revista de documentación científica de la cultura. Monográfico nº 141. Juan Rof Carballo. Una medicina dialógica. El prójimo como constitución del ser. Ed. Anthropos, Barcelona 1993.

 

 Autor: Francisco José Domínguez Rodríguez.

Centro de Trabajo: I.E.S. “Maestro Domingo Cáceres”, Badajoz.

Fuente: Revista Digital "Perceiana.com"

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