El Consejo General de la Iglesia en la Educación, aprobado el pasado marzo por la Asamblea Plenaria de la CEE, ya ha dado sus primeros pasos y establecido sus prioridades, como relata su secretario general.
Con el bagaje de 35 años de experiencia docente y algunos en la gestión directiva de centros educativos y en liderazgo de equipos, Carlos Esteban Garcés se ha hecho cargo de la Secretaría General del Consejo General de la Iglesia en la Educación, una institución recién creada por la Conferencia Episcopal para fortalecer el encuentro entre las distintas iniciativas eclesiales en este campo.
—El Consejo General surgió del Congreso La Iglesia en la Educación. ¿Qué ha supuesto para los diversos proyectos educativos eclesiales aquel evento?
—Aquel congreso se concibió como un proceso de participación en el que estaban convocados los diversos ámbitos educativos en los que la Iglesia tiene presencia. Nos permitió conocernos mejor. La percepción que tenemos ahora es que somos más de los que pensábamos y lo estamos haciendo mejor de lo que pensábamos. Nos preocupa haber comprobado que somos menos visibles para la sociedad de lo que pensábamos.
—¿Cuál es el objetivo del nuevo Consejo General?
—Se ha pensado para dar continuidad al buen trabajo compartido. Es necesario que la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura siga proponiendo oportunidades de encuentro y participación. Es evidente que los problemas del momento presente reclaman respuestas más compartidas y coordinadas. Somos conscientes de que no hacerlo sinodalmente pondría en riesgo la viabilidad de muchos proyectos educativos.
—¿Cuáles son sus competencias?
—Como explicó Alfonso Carrasco Rouco, presidente de la citada comisión y obispo de Lugo, «el consejo no es una estructura jerárquica ni tiene autoridad vinculante sobre sus miembros», tampoco es la voz de los obispos. Como se define en su regulación, «es un instrumento de relación y coordinación», ofrece un espacio de participación, diálogo y trabajo en común entre las distintas entidades e instancias eclesiales. Y quiere apoyar los proyectos de la educación católica y facilitar la mejora de su articulación en la pastoral.
—El 20 de mayo se constituyó el Pleno y el 21 se reunió el Seminario Permanente. ¿Cómo fueron esos primeros pasos?
—Fue muy inspirador escuchar a los consejeros. A partir de esas intervenciones creció la conciencia de acompañarnos en la búsqueda de mejoras en la identidad de nuestros proyectos y en el servicio al bien común. El Seminario Permanente trató de acoger en dos reuniones posteriores estos desafíos para explorar prioridades. Todavía nos falta otra sesión de trabajo, que analizará el estado de la cuestión de las tres prioridades planteadas y activará las comisiones de trabajo, como la Unidad de Estudios. El objetivo es presentar los primeros frutos en el próximo Pleno, el 26 de noviembre.
—¿Cuáles son las tres prioridades?
—En primer lugar, se va a elaborar un informe con datos, evidencias e indicadores sobre las presencias de la Iglesia en la Educación; en segundo lugar, se reflexionará sobre el momento actual de la educación y las contribuciones de la Iglesia; y en tercer lugar, se explorarán procesos de participación e intercambio de experiencias.
—¿Cuál será el papel de la Unidad de Estudios?
—Si queremos formular aportaciones cualificadas, tenemos que hacerlo con rigor académico y con evidencia. El debate público sobre la educación no puede ser solo político o ideológico, tampoco superficial, necesita contribuciones cualificadas que lo enriquezcan y lo humanicen. Para este objetivo, necesitamos una unidad de estudios que se apoye en la investigación y que se actualizará con flexibilidad según el tema a estudiar. Desde la antropología cristiana, nos sentimos llamados a analizar los asuntos candentes, identificar desafíos y formular aportaciones propias en contextos de pluralidad para contribuir a que la educación llegue a todos con calidad y equidad.
—¿Han identificado algunos retos para la educación católica?
—De forma transversal, se puede identificar un desafío nuclear: la necesidad de avanzar en el caminar conjunto. También debemos cuidar la identidad de nuestros proyectos educativos para que, nutridos desde la antropología cristiana, sigamos construyendo el bien común en sociedades plurales. No veo desafíos educativos que afecten solo a la Iglesia, más allá de la identidad de nuestros proyectos, porque la educación es una cuestión social que afecta a toda la sociedad y nadie puede responder en exclusiva a sus problemas o monopolizar su gestión. Tampoco lo puede hacer la política educativa, porque la educación es patrimonio de todos, empezando por las familias. Subrayaría un desafío particular: visibilizar la contribución de la Iglesia al bien común.
—Cita usted la identidad, ¿cómo garantizarla cuando los religiosos y religiosas, que son los que solían hacerlo, son menos?
—La aportación de los religiosos y religiosas constituye un patrimonio pastoral esencial para la Iglesia hoy y para el futuro. Es una contribución insustituible, cuya misión sigue viva y seguirá compartida con laicos que asumen la identidad y la gestión de este patrimonio. Ese futuro de la educación católica necesita el apoyo de toda la Iglesia, pues las nuevas generaciones necesitan sentir que toda la Iglesia está con ellos para dar continuidad a esa inmensa labor educativa y evangelizadora que suman tantos carismas de la vida religiosa. Es responsabilidad de todos nutrir de Evangelio la actualidad de nuestros proyectos educativos.
—Dice Javier Cortés que a veces se corre el riesgo de que la educación católica se centre solo en la pastoral, cuando su razón de ser es la transmisión de la visión cristiana de la cultura…
—Tiene razón. Una de las finalidades de la educación católica es la transmisión y creación de cultura. Esta, junto a la socialización y la construcción de la identidad personal, son las finalidades originales de la escuela. Para nosotros son objetivos esenciales. Si miramos la historia, a la Iglesia y a la educación católica nos ha ido mejor cuando hemos sido generadores de cultura y practicado el diálogo de la fe con las culturas.
Fuente: revistaecclesia.es
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