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Los jóvenes también quieren ser voluntarios

 

Las jóvenes pasean con los residentes de la Casa en el Parque Huelin, cercano al centro. cristina pinto /C. PINTO

Iniciativa en Málaga. Alumnos del colegio El Atabal visitan un viernes al mes Cottolengo para acompañar a los residentes y ayudar en las tareas del hogar: «Esto es una experiencia muy bonita»

Mari Carmen no podía contener su alegría: con su andador iba de un pasillo a otro corriendo y gritando de emoción en cuanto saludó a este grupo de jóvenes. Pero es que desde antes de que entrasen, mientras organizaban las tareas en el patio de la entrada de Cottolengo, Mari Carmen ya se asomaba a la ventana dando saltos sonriente y tendiendo la mano a sus chicas favoritas: «¡Guapas, guapas!», les piropeaba, «¡Eso tú, Mari Carmen!», le respondían las jóvenes. Viendo esa imagen se entiende todo: los alumnos del colegio El Atabal son un soplo de aire fresco en la visita que hacen cada mes a los residentes de Cottolengo. En la tarde del pasado viernes, allí estaban Noelia, Paula, Rocío, Hugo, Marta, Cristina, Carmen, Aurora, Nuria y muchos más que se reúnen un día al mes para aprender lo que es el voluntariado y ayudar a estas personas que tanto lo necesitan en centros como Cottolengo, la Casa del Sagrado Corazón, ese hogar para los que no lo tienen y en el que viven unas cuarenta personas con problemas sociales, sufrimiento personal, de movilidad o discapacidad.

La imagen de Juanma cuando vio a este grupo también decía mucho más que las palabras: llegaba por el pasillo en su silla de ruedas contento pero, en cuanto identificó a Ángela, se le echó encima para darle un abrazo. Ternura y alegría en una misma escena.

Con ella, Ángela Muñoz, y con Sagrario Morales empezó toda esta historia de los alumnos del colegio El Atabal. «Conocí a Ángela, que es misionera y profesora, y la invité a que viniese a mis clases de Religión para hablar sobre los actos de fe a los jóvenes», explica Sagrario Morales, profesora de Religión de El Atabal. «Como soy misionera siempre les digo que lo primero por lo que tienen que empezar es con lo que hay a su alrededor, por ayudar desde lo que tienen más cerca, que es su ciudad», explicaba la profesora del IES Jarifa de Cártama, Ángela Muñoz. «Cuando mis alumnos escucharon la charla de Ángela se interesaron en hacer cosas aquí en Málaga, les gustó la idea de hacer voluntariados y ahí empezamos. Hemos ido a los Ángeles Malagueños de la Noche, al Asilo de las Hermanitas de los Pobres y ahora estamos viniendo un viernes de cada mes a Cottolengo», concreta Sagrario Morales.

Grupo de alumnas, profesoras, residentes y trabajadoras de Cottolengo, a las puertas de la Casa. / C. PINTO

Son alumnos de 3º y 4º de la ESO de El Atabal a los que va dirigida esta actividad mensual (aunque se unen algunos de años anteriores), una acción pastoral que también se realiza en otros colegios de la ciudad con distintos centros de acogida. «Llevamos a los alumnos a conocer esa entrega y altruismo, el valor de darse a los demás sin nada a cambio. Yo noto en ellos frescura y entusiasmo, vemos que la juventud no es mala, al revés, yo veo en ellos a unos chicos muy involucrados. A muchos de ellos les ha dado un revés la realidad: llegan allí y van de paseo, ordenan la casa, planchan, limpian, hacen y les dan de cenar... Pero sobre todo es el acompañamiento, que es lo que les llena tanto a los jóvenes como a los residentes de la casa», expone Sagrario Morales desde Cottolengo. Al igual que la subdirectora del centro, Susana Lozano, también valora la visita: «Ellos aportan a la casa dinamismo y alegría. Nos encanta esa frescura a las personas de la Casa les aporta muchas nuevas vivencias».

Creando escuela

Y también aporta experiencias a estos jóvenes, que muchos de ellos no han querido separarse de esta acción. Como es el ejemplo de Paula Martín y Noelia Álvarez, que ya están terminando sus carreras de Biología y Logopedia, respectivamente, y llevan acudiendo a esta actividad desde que se inició en el colegio El Atabal: «Empezamos cuando Ángela vino a clase a darnos la charla y desde ahí no hemos podido dejar de venir a ayudar», confiesan las dos jóvenes de 21 años, que se conocen desde pequeñas por el colegio. «Ellas son las que coordinan el grupo, son el ejemplo de lo que queremos formar en estos jóvenes», asegura Sagrario Morales cuando habla de ellas. También jóvenes como Marta o Rocío repiten experiencia aún habiendo salido ya del colegio: «Ayudarlos y ver cómo son de agradecidos... Es que esto es una experiencia muy bonita», confiesa Rocío Casanova. Y Carmen es la otra cara de la moneda, una de las alumnas que lleva dos visitas a la casa: «Aquí estamos para echar una mano».

Mientras un grupo se había ido a pasear al Parque de Huelin con Ana, Mari Carmen, Juanma, Pedro... Otros se quedaron dentro ayudando en las tareas del hogar y preparando las mesas del comedor mientras Sara, trabajadora del centro, preparaba la cena. La Casa del Sagrado Corazón la conoce bien David. «Llevo desde los cinco años aquí y ahora tengo 39... Se agradece mucho que vengan aquí estos jóvenes, yo soy muy sociable y me llevo bien con todo el mundo, me hace feliz que estén aquí», confesaba este malagueño que vive en Cottolengo.

Residentes de Cottolengo y alumnos de El Atabal son un poco más felices en esas tardes de viernes. Y es que los jóvenes también quieren ser voluntarios.

Fuente: diariosur.es

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